No cabe duda que la vida es difícil, la vida es dura, la vida muchas veces es injusta. Es una de esas conclusiones a las que en algún en otro momento hemos declarado, no sin un dejo de amargura, frustración y dolor en nuestros corazones.
Pero no todo es blanco y negro en la vida, y gracias a Dios por ello. En la vida pasan cosas buenas, y cosas maravillosas. Pero lastimosamente muchas veces nos dejamos nublar la vista por estas nubes negras, y muy pocas veces podemos divisar el arco iris que también viene con ellas.
Y aún cuando sabemos que necesitamos pasar tormentas para poder encontrar la calma, oscuridad para encontrar la luz, deberíamos a como Hiciera Pandora, correr a guardar todos esos instantes felices, en el cofrecito de nuestra mente, atesorarlos en nuestro corazón, porque al final esos son los que Realmente importan...
Y para ponerle más imágenes a todo esto , a como nos enseñara el Maestro de Maestros. Les comparto este bella e inspiracional Historia.
El buscador
Por
Jorge Bucay
Esta es la historia de un hombre
al que yo definiría como un buscador…
Un buscador es alguien que busca;
no necesariamente alguien que encuentra.
Tampoco es alguien que,
necesariamente, sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien para
quien su vida es una búsqueda.
Un día, el buscador sintió que
debía ir hacia la ciudad de Kammir. Había aprendido a hacer caso riguroso de
estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo. Así que lo
dejó todo y partió.
Después de dos días de marcha por
los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir, Un poco antes de llegar
al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero.
Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y
flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de pequeña valla de
madera lustrada.
Una portezuela de bronce lo
invitaba a entrar.
De pronto, sintió que olvidaba el
pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquél lugar.
El buscador traspasó el portal y
empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas
como al azar, entre los árboles.
Dejó que sus ojos se posaran como
mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor.
Sus ojos eran los de un buscador,
y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras:
Abdul Tareg, vivió 8 años, 6
meses, 2 semanas y 3 días
Se sobrecogió un poco al darse
cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida.
Sintió pena al pensar que un niño
de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar.
Mirando a su alrededor, el hombre
se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se
acercó a leerla. Decía:
Yamir Kalib, vivió 5 años, 8
meses y 3 semanas
El buscador se sintió
terriblemente conmocionado.
Aquel hermoso lugar era un
cementerio, y cada piedra era una tumba.
Una por una, empezó a leer las
lápidas.
Todas tenían inscripciones
similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.
Pero lo que lo conectó con el
espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los
once años…
Embargado por un dolor terrible,
se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio pasaba
por allí y se acercó.
Lo miró llorar durante un rato en
silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
-No, por ningún familiar —dijo el
buscador—. ¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad?
¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la
horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir
un cementerio de niños?
El anciano sonrió y dijo:
- Puede usted serenarse. No hay
tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré…:
“Cuando un joven cumple quince
años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se
la cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento,
cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en
ella:
A la izquierda, qué fue lo
disfrutado.
A la derecha, cuánto tiempo duró
el gozo.
Conoció a su novia y se enamoró
de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una
semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media…?
Y después, la emoción del primer
beso, el placer maravilloso del primer beso…¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio
del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?
¿Y el embarazo y el nacimiento
del primer hijo…?
¿Y la boda de los amigos?
¿Y el viaje más deseado?
¿Y el encuentro con el hermano
que vuelve de un país lejano?
¿ Cuánto tiempo duró el disfrutar
de estas situaciones?
¿Horas? ¿Días?
Así, vamos anotando en la libreta
cada momento que disfrutamos… Cada momento.
Cuando alguien se muere, es
nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para
escribirlo sobre su tumba. Porque ese es para nosotros el único y verdadero
tiempo vivido”.
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